viernes, 16 de diciembre de 2011

Final de trayecto

Hasta aquí hemos llegado. Ya de vuelta en la isla. En la roca, que dirían de Alcatraz. Una vez aquí uno se queda en blanco. Tanta cosas se amontonan en la cabeza que se necesitan un par de días para colocarlas cada una en su sitio. Qué puedo decir del viaje que no hayáis deducido a estas alturas. Si tuviese que elegir me quedaría con Chicago, aunque soy consciente de que la suerte, la pura potra, jugó un papel muy importante en la Windy City. Que te encuentres con un festival de más de siete horas de blues (justo lo que andabas buscando, mira por dónde), en el club de Buddy Guy (nada menos), con la plana mayor de las bandas de Chicago, no pasa todos los días. Así que si el resto te sabe un poco a menos, tampoco es para extrañarse.

Llegas a Memphis y te das cuenta de que hay otros sitios en los que la herencia del lugar se puede degradar en favor de la pasta, la que te echas al bolsillo (la que se echan), no el farfalle de los cojones. Y te preguntas por qué no te habrás quedado en Chicago, aunque ya estaba nevando por ahí arriba. En lugar de arrepentirte, no tiene ningún sentido a estas alturas, sigues tirando para el sur, hasta New Orleans. De perdidos al río. El Mississippi, gracias.

Posiblemente en la única ciudad del país en la que parece que no estás en Estados Unidos. Sigues encontrando blues, si no lo encuentras aquí ya me dirás dónde. No hay otro país que pinche blues hasta en los establecimientos de comida rápida. Creo. Mucha música en directo, en la calle, en cada garito, cada noche. ¿Qué más quieres? La mejor música siempre surge de los que están más jodidos. El blues, que es el padre del rock y el abuelo del punk, del hip hop y de todo lo que venga luego, no vino de otro sitio que de los negros que regaban con su sudor los campos del sur de los States. Por muy mal que te vaya ahora, mileurismo y esas cosas, me da que no vas a reinventar la música contemporánea, majo.

El almanaque no cambia de hoja y decides encontrarte con la siguiente en el Far West. Lejos está un rato, dos días en tren. Los costes de ser un Old Hearted Guy, según te cuentan en San Francisco. Los atardeceres desde el tren merecen la pena. Quizás, inconscientemente, los ves más amplios que en cualquier otro lado. Piensas que el país es grande de cojones y, proporcionalmente, el horizonte se alarga. A lo mejor es tu cabeza y la línea que separa la tierra del cielo es igual en todas parte. Pero no, esto es diferente. Cruzas desiertos, ríos, cañones y te parece ver a Lucky Luke antes de llegar a California. Playita, birra y comida mejicana para desayunar. Sin darte cuenta B.B. King toca a veinte minutos de casa. Puede que te toque en España, impossible is nothing, que dirían en Adidas, pero lo dudo macho, o hembra. Te pasas un finde en San Francisco, pateando repechos como los de la pájara de Indurain y probando comida local y coreana, mire usted.

Para terminar vuelves a New York, el sitio, con diferencia, que menos has conocido de todo el periplo. Como la primera vez, te sigue dando la sensación de que ya has estado allí. La televisión es lo que tiene. Y de vuelta a casa. Acabando este blog desde donde lo empecé, desde la cama. Pero más tranquilo, echando de menos algo que hace seis semanas era totalmente desconocido. Cosas buenas y cosas malas, pero un punto de vista diferente, que nunca viene mal. Combatiendo el jet lag con la certeza de que cada viaje, además de permitirte conocer otros lugares, hace que te conozcas más a ti mismo y de dónde vienes. Aprendes tantas cosas que cada vez te sientes más ignorante. Por lo pronto sienta bien volver a casa, aunque sea para preparar la próxima escapada. Esta ha sido mi historia. Gracias por la atención. Fue un placer, como siempre. Final de trayecto.








martes, 13 de diciembre de 2011

La penúltima, que nos vamos

Sé que tengo el blog un poco abandonado, pero patear por la Gran Manzana cansa un rato. Y después toca hora y media de tren hasta Mine Hill (New Jersey), donde Jorge y familia me han vuelto a dar asilo, por lo que nunca estaré lo suficientemente agradecido. Con todo, espero que comprendáis que cuando cojo la cama por banda no tenga mucho ánimo para darle a la tecla. Es lo que hay.

Esto va tocando a su fin. El viaje, quiero decir. Al blog estoy meditando perdonarle la vida, así que a lo peor sigo con él cuando acabe la ruta. Ya se verá. Al final haré como los buenos borrachos de barra, que siempre piden la penúltima, por si acaso.

Parece que hace meses que llegué y ya estoy volviendo, casi. Por otro lado, estas últimas seis semanas se me han pasado volando. Será el cambiar tanto de zona horaria, que me ha trastocado el disco duro. Se acerca la hora de hacer balance de todo lo visto, oído y vivido aquí, en los States. Pero eso será otro día, no tardando mucho. Qué remedio.

Si mañana mismo volviese a empezar el viaje seguro que no lo haría igual. Puede que tomase otras decisiones, visitaría otros lugares, cargaría con menos cosas... Aún así, no cambiaría nada del que ahora acaba. Me lo he pasado teta (de novicia, por supuesto, como dice uno que yo me sé), así que... He hecho totalmente lo que me ha dado la gana, es lo que tiene salir de paseo uno solo. Si ahora me pusiese a lamentarme de algo o a reprocharme cosas a mi mismo, una de dos: todo esto no me ha servido de nada (que no es el caso) o me he vuelto gilipollas (que tampoco), con perdón.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Old Hearted Guy

Uno llena la mochila y se viene a la conquista del yankee en busca del blues y, al final, es el blues el que acaba encontrándolo a uno. Pensándolo bien, así es la vida misma, señora. Pásese la vida buscando la manera de que todo le cuadre según sus deseos que el destino, o lo que sea, ya se encargará de hacer lo que le dé la gana con sus planes. Así, sin preguntar ni nada, el muy cabrito. Lo reconfortante del asunto es que, a veces, se levanta generoso y te planta un concierto de blues en los morros mientras caminas por las calles de San Francisco.

La Frisco de Kerouac, hogar de la generación beat y de la librería City Lights, en la que te invitan a sentarte en sus sillas de madera a disfrutar de la lectura. Por la cara. A veces, como iba diciendo, le da una vuelta de tuerca y la banda está tocando en uno de los locales más antiguos de la ciudad, The Saloon, que tiró su primera caña (o lo que se tirara entonces) allá por 1861. Al principio de la barra se encuentra Charlie, acodado como solo lo hacen los clientes habituales. Cincuentón, canoso, chupa de cuero y cara de haber vivido (y bebido) en sitios más oscuros. Me cuesta entenderle, lleva un rato dándole al alpiste y se le lengua la traba. A pesar del volumen de la música charlamos un rato.

Buen comienzo, sabe que Ibiza es una isla. Hace años estuvo en Barcelona y Valencia, con su mujer de entonces, me cuenta. Yo le explico mi viaje, así por encima, y se sorprende de todo lo que he recorrido en tren. Le entusiasma el hecho de que haya cruzado su país así. Dice que le gente ya no viaja en tren, pero que a él le encanta.

Según Charlie soy un "old hearted guy", algo así como un tío con unos gustos un poco anticuados, pero dicho de una manera mucho más poética. Me lo tomo como un cumplido, y debe serlo porque, inmediatamente después, me pregunta si puede invitarme a un trago para celebrarlo. El bueno de Charlie es tan educado que no sabe que hay ciertas cosas para las que no es necesario pedir permiso.

Apuramos las bebidas y me voy. Dejo a Charlie en la puerta del Saloon, echándose un pitillo y, estoy seguro, recordando aquel viaje en tren que hizo hace años por la costa española. O a la mujer que le acompañaba. La vida, ya sabéis.


viernes, 2 de diciembre de 2011

Cuando menos es más

¿Qué pasa si te cobran 100 dólares por la entrada y luego B.B. King toca una hora escasa? Primero, puede que pienses que el hombre está mayor (86 palos nada menos) y ya ha chupado demasiada carretera, que es un lujo que lo siga haciendo y que el hecho de que tengas la oportunidad de estar presente en una de sus actuaciones es la pera con orejas por sí mismo. No deja de ser uno de los últimos exponentes de la edad de oro del blues y la calidad musical, simplemente, no se puede negar. No se llega a ser B.B. King así como así. Eso está claro.

Pero cuando al rato le levantan de la silla en la que ha estado tocando, que tenías a tiro de piedra después de defender tu posición en el abarrotado local con un par de miradas de pisco-killer, te quedas con ganas de más. De mucho más. Y la idea de estar pagando la pensión de un jubilado en lugar de un concierto empieza a rondarte la sesera.

Entonces decides amortizar la entrada de alguna manera antes de que el Belly Up eche el cierre, para lo que tampoco falta mucho. Un par de cervezas y empiezas a conocer gente. Óscar, que trabaja en el baño ofreciendo papel para secarte las manos y cigarrillos por la voluntad. Me cuenta, al enterarse de que soy español, de que estuvo en sendas actuaciones de Aviador Dro y Mikel Erentxu, ambas en Tijuana. Un tipo con un gusto musical de lo más variado, el tal Óscar.

Al salir me topo con Ryan, que ha estado haciendo fotos del concierto para la página web de un medio de comunicación de San Diego. Me comenta que tiene una empresa con su mujer y que están importando no sé qué artilugio electrónico de Bulgaria. En estas estamos hasta que aparece Omar, me coge del brazo y me arrastra hasta la barra. Allí estaban el pianista y la sección de vientos de la banda de B.B King casi al completo. Después de brindar y hacernos varias fotos con ellos, conocí a un hombre que había estado viviendo en España, cuando lo de Kobi y tal. Del nombre no me acuerdo, pero acabó regalándome una placa, de esas que imitan a las matrículas, del merchandising de B.B.
Le traje buenos recuerdos, supongo.

Conduciendo de camino a casa en la radio pincharon Susie Q, de los Rolling Stones. Cuanto peor la cantábamos, más nos reíamos; y me di cuenta de que no se pueden comprar los buenos momentos. No se pueden comprar entradas para una noche así.

lunes, 28 de noviembre de 2011

El encanto de otro día a día

Me veo inmerso en días de aparente tranquilidad. La misma que otorga dormir en una cama grande y cómoda todas las noches, que te lleven de paseo por donde quieras y tener una cerveza fría en la nevera siempre disponible. Nunca está de más pasar unos días sintiéndose como en casa.

Esta privilegiada situación me está permitiendo conocer, de primera mano, la vida diaria de cualquier hijo de vecino aquí en los States. Aquello que nos resulta totalmente insustancial cuando nos absorbe la rutina y que, precisamente cuando te alejas de ella, descubres que es lo que consigue que nos sintamos identificados con un lugar, unas personas...

Siento que la ciudad forma un poco más parte de mi (y viceversa) ahora que sé lo que significa el rótulo de "Click it or ticket" de las pantallas de la autopista, por ejemplo. Desde que me he cortado el pelo en una Barber Shop o desde que me he tragado entero un partido de los San Diego Chargers, llegando a entender lo suficiente el fútbol americano como para acordarme de la santa madre de alguno tras la derrota de "mi" equipo a cargo de los Broncos de Denver.

Pasar la tarde viendo películas en casa echando al gaznate un zumo de arándanos, visitar los campamentos de caravanas del tamaño de autobuses, que Omar me descubra que los reflectantes de color azul en la carretera son para señalizar las bocas de riego, cenar unos burritos, salir a correr por el parque natural (con salina incluida) que une la ciudad con Coronado Island...

Esas pequeñas cosas a las que, si viviese aquí habitualmente, no daría la menor importancia, son a las que ahora encuentro el encanto. La cercanía de la normalidad. Es lo que tiene.

P.D: También me interesa aquello que se salga un poco de lo común. Como el concierto de B.B King del miércoles para el que ya he comprado las entradas, por ejemplo.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Happy Turducken

Turducken: dícese de aquel pato deshuesado que, después de ser metido dentro de un pollo (también deshuesado), se introduce a su vez dentro de un pavo; deshuesado, claro. 6 o 7 horas de horno y a dar las gracias.

Con este plato, rico rico y con fundamento por cierto, me han dado la bienvenida en San Diego (California). Y es que he llegado justo para celebrar Thanksgiving (Acción de Gracias), algo muy de por aquí. Esta es la versión 2.0 del tradicional pavo al horno que vemos en la tele. Sí, ese de "Johnny, haz los honores y trincha tú el pavo". Pues eso.

En definitiva, una cena muy agradable (¿se sigue considerando cena aunque sean las cinco de la tarde?), partido de fútbol americano en la tele y una de esas cocinas americanas en las que cabría todo mi piso (guiño al gran Goyo Jiménez).

Aún así, lo más surrealista del asunto empezó ayer noche, mientras deshuesábamos los "pajarracos" al ritmo de la música de Joaquín Sabina. Al estilo de Reservoir Dogs, pero más castizo y cuchillo en mano. Viendo el destrozo de anoche, el resultado final ha sido mucho más que aceptable.

Hala, Happy Thanksgiving.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Persiguiendo al Sol

El primer atardecer, en este viaje de dos días a través del sur del país, me ha pillado cruzando del estado de Louisiana al de Texas, que es inmenso. Hasta el ocaso del día siguiente no hemos pasado por otro estado, atravesando el desierto y bordeando la frontera entre Estados Unidos y México.

Asomado a la ventana, la vegetación más espesa, y como enredada en sí misma, de los ríos, lagos y humedales de Louisiana ha ido perdiendo color y altura a medida que nos adentrábamos en Texas. Las zarzas han dejado paso a pequeños matorrales, escobas y cactus cada vez más separados entre ellos, sin llegar a cubrir la tierra clara, seca y polvorienta del desierto.

Tengo que admitir que estos estadounidenses saben organizar estas cosas. Servicio de bar y restaurante (en el restaurante se puede comer medio decente), vagón con grandes ventanales, incluso en la curvatura que une la pared con el techo, para disfrutar del paisaje en condiciones, explicaciones de lo que se ve por la ventana a cargo del revisor por los altavoces... Asimismo, varios miembros del personal encargado de un parque natural por el que hemos pasado, han subido a bordo durante un par de horas para ofrecer explicaciones y folletos al respecto. Poca cosa aquí recuerda a mis viajes con Renfe. Aunque ya sabíamos de antemano el sentido del show que tienen, aquí mis primos.

Como un reloj, salimos de El Paso (última parada en Texas) cuando el sol ya cae tras la ondulada línea del horizonte. Es una luz anaranjada que gana en intensidad con cada minuto que pasa. Como si se negase a que la oscuridad lo inunde todo de nuevo, la franja de luz horizontal se instala, de una forma que parece que es para el resto de la eternidad, tras las montañas del oeste, incendiándolas. Al fin, la noche consigue echar la capota, y no son ni las seis de la tarde.

Mañana amaneceré en California...

lunes, 21 de noviembre de 2011

Sunset Limited

New Orleans ya queda atrás, mientras yo sigo mi camino, esta vez hacia el oeste, en busca de atardeceres y playas en los que sentirme como en casa. Camino de remojar los pies en aguas desconocidas, que el río está muy bien, sí, pero como el mar...

Atrás quedan las esquinas rebosantes de música de NOLA, el Mississippi con sus aguas teñidas con el color de la tierra, marismas refugio de caimanes, sandwiches muffuletta, po' boys, voodoo, borrachos, bohemios, tranvías... Todo ello bien amasado por las manos de franceses, españoles, criollos, caribeños, africanos y americanos durante tres siglos.

Mucha historia para una ciudad tan joven. Además de las epidemias de fiebre amarilla, Katrina, Rita y marrones por el estilo, que no molan tanto como ponerse bien chuzo en Bourbon Street, pero también ocurren. Todo eso, como iba diciendo, lo llevo ya para siempre en la mochila de la memoria.

Ahora, por lo pronto, me esperan 48 horas de viaje en el Sunset Limited, el tren que une New Orleans con Los Angeles. Y de ahí, un rato más hasta San Diego, dónde pasaré Acción de Gracias. Estaré agradecido si no me encuentro los mismos mosquitos que en New Orleans.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Se alquila imaginación, razón en New Orleans

Uno cree que lo ha visto todo y llega a New Orleans. Atraviesas Bourbon Street y puede que no te sorprenda, teniendo en cuenta los orígenes de cada cual. Dejas atrás infinidad de bares de copas, clubes de striptease (y otros en los que las chicas hacen algo más que bailar en pelotas), borrachos haciendo eses y relaciones públicas con ofertas de dos por uno y llegas a Frenchmen Street. Una calle en la que cada puerta es un bar, club o pub; todavía no sé dónde acaba uno y empieza otro.

En cada garito hay una banda tocando en directo cada día de la semana. Normalmente cerca de la entrada, así puedes escuchar lo que se cuece dentro y decidir si te interesa o no. Total, que decides entrar en The Spotted Cat, en el que un trío (a ratos un cuarteto, ya que el trompetista va y viene según le parece) pasan del jazz al swing hasta instalarse definitivamente en el blues.

Te tomas un par de birras, recibes un par de pisotones, un par de "excuse me sir", algún "it's ok man, no worries" cuando eres tu el que da el codazo. Decides irte y, justo cuando llegas a la calle, forcejeando para salir entre tanta gente, te das cuenta de que la banda se ha puesto a tocar uno de tus temas preferidos de Howlin' Wolf. ¡Cabrones! Pero no importa, el ventanal del local te permite escucharlo desde fuera.

Entonces, mientras una pareja se lía a empujones, "porque eres un cabrón", "vas to' borracha tía", y cosas por el estilo, descubres en un rincón de la acera a una chica dándole a la tecla en una máquina de escribir. Sí amigos, eso que había antes de los ordenadores y los iPhones. Una escritora en busca de empleo, "imaginación para alquilar" rezaba un cartel a sus espaldas. Botella de vino, flexo y máquina ds escribir. Uno puede haber visto de todo, pero siempre reconforta saber que existen lugares que te pueden sorprender. Y los que quedan.

jueves, 17 de noviembre de 2011

NOLA

Un golpe de calor, húmedo y pegajoso, me abofeteó la cara al bajar del tren en New Orleans (Nola, a partir de ahora). Uno lo agradece, más aún después de haberle visto las orejas al lobo en Chicago. Muchas cosas diferencian a Nola del resto de los Estados Unidos, además del clima. Y lo principal, se sienten muy orgullosos de su excepcionalidad.

La arquitectura, sobre todo en el French Quarter, refleja como pocas cosas (quizás la comida también) la tremenda mezcla de culturas que tiene lugar en esta ciudad. Franceses, españoles, criollos, americanos, caribeños, africanos... Todos han contribuido a crear el espíritu de New Orleans. Su situación, en el tramo final del Mississippi, ha facilitado el desembarco de todos ellos, estableciéndola como puerto comercial de primera clase. Como dicen por aquí, Nola tenía, hace un par de siglos, más millonarios entre sus habitantes que cualquier otra ciudad del mundo. Luego los americanos compraron Louisiana y ya no quedan muchos por aquí.

Pero queda gente agradecida con los visitantes, ya que el turismo es la principal herramienta de la que dispone New Orleans para sustentar la reconstrucción de la ciudad tras los huracanes Katrina y Rita. De hecho, te dan las gracias por venir a la ciudad, no por contratar sus excursiones o comprar en sus tiendas. Lo que se merece un gallifante, por lo menos.

Por último, Nola es una ciudad estrechamente unida a la música, como el resto de las retratadas en esta ruta, pero con una mayor diversidad de estilos. Si las bandas que tocan en la calle (principalmente instrumentos de viento y percusión) no consiguen que muevas los pies, estás muerto, colega.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Heartbreak Motel

Todavía no tengo muy claro qué escribir sobre Memphis. Tengo sensaciones contradictorias al respecto. La cabeza me dice que, como cualquier lugar, Memphis tiene sus puntos a favor y en contra. Pero por otro lado, no he conseguido deshacerme de un regusto amargo desde que dejé la ciudad. Para mí, Memphis ha sido el sitio en el que he descubierto lo mucho que me gustó Chicago que, pesar de ser una gran ciudad, tiene algo. Eso que alguna gente llamaría alma o carácter, o yo que sé. Pero lo tiene.

Solo estuve cuatro días, pero lo que vi de Memphis refleja una forma de actuar bastante hipócrita que, por otro lado, me resulta familiar. No he viajado tantos kilómetros para emborracharme en una calle cerrada al tráfico (léase West End de Sant Antoni), en la que entre bar y bar me cuelan una tienda de souvenirs con camisetas, copas, pegatinas y hasta tapas de w.c. con la jeta de Elvis.

Por un lado se intenta que la gente siga una conducta recta y respetuosa con los demás, renunciando a menudo a pequeñas pero importantes dosis de libertad personal. Pero por otro, te cierran Beale Street al tráfico para que puedas mamarte y desfasar a tus anchas. Ni tanto ni tan calvo, señores.

Todo tiene un aire muy artificial. Aquí Beale Street, aquí su litro de cerveza y más allá poca cosa. Me pareció una comercialización un tanto burda de la historia musical de dicha calle y de la ciudad en general. En mi humilde opinión, las bandas que pude escuchar, tanto en garitos como en la calle, tampoco eran nada del otro mundo. Simple apreciación personal, repito. Supongo que el hecho de que en el motel me cobraran la noche al doble que en Chicago tampoco ayudó mucho. Pero lo cierto es que estaba el doble de sucio, así que si ese es el factor que determina el precio, no tengo queja ninguna.

Aún así, hubo un par de momentos que me reconciliaron con la ciudad. El Museo Nacional de los Derechos Civiles es de visita obligada si se pasa por Memphis. Muy bien montado, con una cantidad ingente de información y situado en el edificio del mismo motel en el que asesinaron a Martin Luther King. También se puede acceder a la fábrica de las guitarras Gibson, a ser posible evitando los domingos (no hay casi nadie trabajando y es bastante aburrido).

Memphis también fue la casa de los sellos discográficos Sun y Stax, convertidos ambos en museos. No puedo opinar, no fui. Elegí el museo del rock y el soul, y sinceramente creo que me equivoqué. Y creo que en Memphis cometí más de un error. Quizás no entré en los sitios adecuados, o no en el momento preciso. A lo peor me había creado unas expectativas que nada tenían que ver con la ciudad. Puede que hubiese sido mejor alquilar un coche y recorrer los alrededores. Ahora es tarde, y lo único que sé es que le debo una segunda oportunidad a la ciudad.

No hay tiempo para lamentarse. Todo forma parte del viaje. Ahora es el turno de New Orleans...

PD: No, no fui a Graceland. No soy tan fan de Elvis.

lunes, 14 de noviembre de 2011

Bobby


Cualquier tema de Willie DIxon (figura fundamental en el desarrollo del blues de Chicago) me serviría de hilo musical para mis últimas horas en la Windy City, que se despertó respondona y le dio por ponerse a nevar. Solo un aviso, nada serio.Ya en la estación, Chicago aún me deparaba una última sorpresa. En la sala de espera un hombre se sentó a mi lado y empezamos a hablar. Todo surgió por su interés en lo que estaba haciendo con el iPhone. Él creía que eran videojuegos.
Os lo presento: se llama Bobby, tiene 57 años y acaba de salir de la cárcel. Se dirigía a Saint Louis (Missouri) a enterrar a su madre. Había muerto (passed away, que dicen por aquí) estando él en el trullo, la incineraron y le estaban esperando para enterrarla. Yo no pregunté nada, Bobby tenía ganas de hablar.

Su mirada, sincera y amistosa, como su conversación, me hicieron sentir que era buena gente, el tal Bobby. No voy a contar aquí por qué lo encerraron, le debo ese respeto. Aunque él me lo contó a los cinco minutos de habernos conocido, mirándome a los ojos. No era orgullo lo que transmitían, pero tampoco vergüenza. Ya había cumplido, estaba fuera y me dio la impresión de que, incluso él creía, era mejor hombre que al entrar. De eso se trata, ¿no es cierto? No nos montemos películas, no había matado a nadie. Cuatro años. Malas compañías, ya sabéis.

Estuvimos un par de horas charlando, a ratos. Otros en silencio. Le descubrí alguna de las ventajas de las muevas tecnologías. También hablamos sobre las modas imperantes hoy en día, que no lograba entender. La gente que utiliza el teléfono con el manos libres le parecen locos que hablan solos. Además, los adolescentes (y alguno más entrado en años) que van enseñando los gallumbos por encima del pantalón, según Bobby, invitan a la gente a que tengan sexo con ellos. Según cómo se mire, no va tan desencaminado.

Conocer a Bobby, al que le encanta el regaliz rojo, no me ha producido otro sentimiento que la ternura. Gran tipo. Estas cosas pasan, encuentros casuales que te hacen reflexionar. Es más probable que ocurran si estas viajando, y más si lo haces solo. Momentos como éste son los que dan sentido al viaje, creo yo. Bobby tiró rumbo a Saint Louis, aún un poco perdido fuera de la jaula. Al rato, yo me subí al City of New Orleans, el tren que une Chicago con el sur del país. De momento me bajo en Memphis. And it's one for the money, two for the show...

martes, 8 de noviembre de 2011

Rainy Days


Día lluvioso en Chicago, que ha conseguido que cambie ligeramente los planes. Tenía pensado coger un tren para Memphis mañana miércoles, aunque lo he retrasado un día más. El jueves por la tarde parto hacia otro de los epicentros musicales del siglo XX. Algunos residentes ilustres han sido Johnny Cash, B.B. King o, por supuesto, Elvis "La Pelvis" Presley. Por el momento, he decidido tomarme el día con calma y aprovechar la tormenta para quedarme en el hostal leyendo, escuchando música y recapacitando un poco sobre lo recorrido hasta ahora. También, la verdad sea dicha, he dejado de recapacitar un rato para hacer la colada, que ya iba tocando.


Por lo que he visto hasta ahora, la sociedad estadounidense me tiene un poco descolocado. Por un lado, socialmente, son muy corteses y educados en el trato con los demás, lo cual, como todos sabemos, no es igual en todas partes y es, sin duda, algo digno de remarcar. Se relacionan más abiertamente de lo que esperaba, aunque lo que yo pudiese esperar no tiene la menor relevancia.

Sin embargo, por otro lado, cómo tienen montado el negocio de la alimentación me supera. Las cantidades son realmente excesivas, al igual que los locales de comida rápida (refrita, grasienta, salada y bañada en la salsa que prefieras). He encontrado sitios en los que se come muy bien, pero también entiendo que la mayor parte de la gente no puede permitirse comer todos los días en esos locales. Porque lo de cocinar uno mismo no parece estar muy de moda por estos lares. Lo cierto es que la fruta y la verdura tienen una apariencia perfecta, pero les falla la sustancia.

Tampoco pretendo desmontar en cuatro líneas la cultura gastronómica del país entero. Simplemente es una apreciación personal, que para eso me he montado el blog. Vamos, digo yo. Por otro lado, teniendo en cuenta que llevo poco más de una semana en Estados Unidos, mi opinión no vale ni un triste centavo. Además, esta gente nos ha dado el blues. A mí ya me tienen ganado con eso. Por cierto, ¡qué grandes músicos hay en Chicago! Una noche inolvidable la del domingo en el Buddy Guy Legend's. Siete horas seguidas de blues de calidad y por una buena causa.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Windy City Blues

Dejé New York remontando el río Hudson hasta Albany a través de llanuras inmensas teñidas con los colores del otoño. Del burdeos al dorado, tanto en las hojas que cubren la superficies de los bosques como en las que todavía aguantan en las ramas de los árboles. En Albany, punto en el que el Hudson confluye con el Mowhawk, cambiamos el rumbo hacia el oeste, cruzando los estados de Ohio e Indiana. El avance del tren, siempre constante, no dejaba de recordarme mi destino, Chicago (Illinois). La ciudad donde se reinventó el blues a mediados del siglo pasado, electrificando y rodeando de un mayor colchón instrumental, la música que traían consigo los emigrantes del Delta del Mississippi.


De aquí surgieron mitos como Muddy Waters, Willie Dixon, Howlin' Wolf, Little Walter o Buddy Guy (aún vivo, en activo y con un club en la ciudad). Como decía, el sonido del tren parecía imitar el de la batería de Smokestack Lightnin', al menos yo lo creía, por lo que me vi obligado a ponerlo a todo trapo en el iPod. La voz grave, áspera y provocativa de Wolf, y esos aullidos suyos, únicamente aumentaban mi ansia por llegar a la Windy City, hogar en su tiempo del mítico sello Chess Records. Un vistazo a la película Cadillac Records ayudará a hacerse una idea de la época.

Chicago, hoy en día, es una ciudad que a diario te deja con ganas de descubrir algo más. El río que atraviesa la ciudad, y sus puentes, le dan un toque innegable a su combinación de rascacielos y barrios más acogedores. A los europeos, esos altísimos edificios nos cautivan con su sola presencia. Al poco de llegar me acerqué al John Hancock Center y pude disfrutar del atardecer y los primeros momentos de la noche desde el Signature's Lounge, el bar situado en la planta 96. El gintonic, un poco corto para mi gusto, pero las vistas y la experiencia de echar un vistazo al vacio desde sus cristaleras es impagable.



Chicago tiene un sentido musical muy desarrollado, con clubes de blues, de jazz, de música electrónica y algún que otro músico tocando en la calle. Gran tipo el que nos encontramos anoche, tocando su guitarra acústica sentado sobre un cubo de pintura vacío, en la estación del metro volviendo del B.L.U.E.S, primera visita a un auténtico club. Muy buena banda la que tocaba en el garito, Vance "Guitar" Kelly and the Backstreet Blues Band. Un auténtico showman el tal Kelly. Muy buenos el bajistas y el batería, sí señor.

Si todo cuadra, hoy toca ir al Buddy Guy Legend's, en el que hay una especie de festival benéfico con un cartel amplio y muy interesante, según el dependiente de una tienda de discos con el que hablé ayer. La tienda en sí misma es un paraíso para enfermos del blues y, sobre todo, del jazz. Algo ya cayó ayer, pero entre el lunes y el martes seguro que repito visita. Después de un par de días con un tiempo perfecto, hoy estoy comprobando porqué Chicago es la Windy City (Ciudad del Viento).

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Nieve en el porche


He ido a caer en New Jersey en uno de sus peores momentos. El sábado cayó una gran nevada que, por lo que me cuentan, no es nada habitual en esta época. Los árboles todavía no han perdido las hojas, que han contribuido a que la nieve se acumulase y acabara por partir ramas (e incluso el tronco) de muchos de ellos. Algunos han caído sobre las casas. Otros, sobre los cables del tendido eléctrico, por lo que aquí, en Mine Hill, llevan cuatro días sin luz, agua caliente, televisión ni Internet. La mayor parte de los accesorios que tienen algún tipo de relación con los generadores (su ruido es el gran protagonista del barrio estos días) se han agotado en los grandes almacenes de bricolaje. Los colegios, al igual que la mayor parte de los negocios de Wharton, se han visto obligados a cerrar lunes y martes.

Así las cosas, no hay mucho que hacer por aquí, pero las vistas del bosque nevado desde el porche trasero de la casa de Jorge (quien tan amablemente me ha dado asilo) consiguen alejar el gélido recuerdo de las duchas con agua helada de estos días. Incluso un par de ciervos y varias ardillas se han dejado ver por aquí. El pueblo ya parece tranquilo de por sí, pero con todo el jaleo de la nevada tampoco se puede calibrar su verdadera esencia, su día a día. Es una pequeña comunidad de clase media, vertebrada por una calle principal que recoge los diferentes negocios y con los típicos barrios residenciales que todos hemos visto por la tele. Casas de madera, cada una con su respectiva parcela de césped y el inconfundible sillón (o mecedora) en el porche.







Próxima parada

El tren que conecta Dover, el pueblo con estación más cercano a Mine Hill, con New York estuvo fuera de servicio durante todo el lunes, por lo que no pude moverme. Hoy por la tarde me he acercado a dar una vuelta por New York, la última semana del viaje la dedicaré a conocerla a fondo, la cosa promete. Definitivamente mañana salgo para Chicago. 20 horas de viaje en tren. Se empieza a oír un blues a lo lejos...


sábado, 29 de octubre de 2011

Tic, tac, tic, tac...

Escribo desde la cama el primer post de este blog. He querido empezar antes de comenzar el viaje para ir calentando motores y entrar en la dinámica de escribir un poco cada día. En un principio esa es la intención durante el próximo mes y medio. Intentaré llevarlo tan a rajatabla como sea posible. Además, antes de arrancar, quería mandar un abrazo y agradecer al amigo Andre su trabajo en todo lo referente al diseño de este blog. De no ser por él, probablemente no habría empezado con el blog. Y si lo hubiese hecho, se vería mucho más feo. Seguro. Gracias muchacho por el empujón que necesitaba para tirar con esto.

La verdad es que me esta costando un poco conciliar el sueño esta noche. Aunque me preocupa poco, ya me lo veía venir. Además, con el cambio de hora, tengo un rato más para dar vueltas por la cama. Después de tantos meses con este viaje en la cabeza, casi como por casualidad, de repente, he caído en la cuenta de que mañana a estas horas estaré ya en New York. Al menos eso espero. Miles de imágenes me bombardean la cabeza. Quiero llegar ya y dejar de imaginármelo. 


Por cierto, hoy ha caído una nevada en la Gran Manzana, y el lunes celebran Halloween. Para empezar parece que va a estar curiosa la cosa. No creo que la primera parada dure mucho. En un principio, la intención es salir hacia Chicago dos o tres días después de llegar a NYC, aunque ¿de qué sirve hacer planes? Ya veremos cómo acaba la historia. Ahora toca disfrutar y contarlo por aquí. El mecanismo del reloj suena tic, tac, tic, tac, tic...me entra un poco de sueño...se me cierran los ojos... En cuanto suene la alarma empieza lo bueno. 


Bienvenidos, 


J. A. Fandiño Cambón