New Orleans ya queda atrás, mientras yo sigo mi camino, esta vez hacia el oeste, en busca de atardeceres y playas en los que sentirme como en casa. Camino de remojar los pies en aguas desconocidas, que el río está muy bien, sí, pero como el mar...
Atrás quedan las esquinas rebosantes de música de NOLA, el Mississippi con sus aguas teñidas con el color de la tierra, marismas refugio de caimanes, sandwiches muffuletta, po' boys, voodoo, borrachos, bohemios, tranvías... Todo ello bien amasado por las manos de franceses, españoles, criollos, caribeños, africanos y americanos durante tres siglos.
Mucha historia para una ciudad tan joven. Además de las epidemias de fiebre amarilla, Katrina, Rita y marrones por el estilo, que no molan tanto como ponerse bien chuzo en Bourbon Street, pero también ocurren. Todo eso, como iba diciendo, lo llevo ya para siempre en la mochila de la memoria.
Ahora, por lo pronto, me esperan 48 horas de viaje en el Sunset Limited, el tren que une New Orleans con Los Angeles. Y de ahí, un rato más hasta San Diego, dónde pasaré Acción de Gracias. Estaré agradecido si no me encuentro los mismos mosquitos que en New Orleans.
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