viernes, 16 de diciembre de 2011

Final de trayecto

Hasta aquí hemos llegado. Ya de vuelta en la isla. En la roca, que dirían de Alcatraz. Una vez aquí uno se queda en blanco. Tanta cosas se amontonan en la cabeza que se necesitan un par de días para colocarlas cada una en su sitio. Qué puedo decir del viaje que no hayáis deducido a estas alturas. Si tuviese que elegir me quedaría con Chicago, aunque soy consciente de que la suerte, la pura potra, jugó un papel muy importante en la Windy City. Que te encuentres con un festival de más de siete horas de blues (justo lo que andabas buscando, mira por dónde), en el club de Buddy Guy (nada menos), con la plana mayor de las bandas de Chicago, no pasa todos los días. Así que si el resto te sabe un poco a menos, tampoco es para extrañarse.

Llegas a Memphis y te das cuenta de que hay otros sitios en los que la herencia del lugar se puede degradar en favor de la pasta, la que te echas al bolsillo (la que se echan), no el farfalle de los cojones. Y te preguntas por qué no te habrás quedado en Chicago, aunque ya estaba nevando por ahí arriba. En lugar de arrepentirte, no tiene ningún sentido a estas alturas, sigues tirando para el sur, hasta New Orleans. De perdidos al río. El Mississippi, gracias.

Posiblemente en la única ciudad del país en la que parece que no estás en Estados Unidos. Sigues encontrando blues, si no lo encuentras aquí ya me dirás dónde. No hay otro país que pinche blues hasta en los establecimientos de comida rápida. Creo. Mucha música en directo, en la calle, en cada garito, cada noche. ¿Qué más quieres? La mejor música siempre surge de los que están más jodidos. El blues, que es el padre del rock y el abuelo del punk, del hip hop y de todo lo que venga luego, no vino de otro sitio que de los negros que regaban con su sudor los campos del sur de los States. Por muy mal que te vaya ahora, mileurismo y esas cosas, me da que no vas a reinventar la música contemporánea, majo.

El almanaque no cambia de hoja y decides encontrarte con la siguiente en el Far West. Lejos está un rato, dos días en tren. Los costes de ser un Old Hearted Guy, según te cuentan en San Francisco. Los atardeceres desde el tren merecen la pena. Quizás, inconscientemente, los ves más amplios que en cualquier otro lado. Piensas que el país es grande de cojones y, proporcionalmente, el horizonte se alarga. A lo mejor es tu cabeza y la línea que separa la tierra del cielo es igual en todas parte. Pero no, esto es diferente. Cruzas desiertos, ríos, cañones y te parece ver a Lucky Luke antes de llegar a California. Playita, birra y comida mejicana para desayunar. Sin darte cuenta B.B. King toca a veinte minutos de casa. Puede que te toque en España, impossible is nothing, que dirían en Adidas, pero lo dudo macho, o hembra. Te pasas un finde en San Francisco, pateando repechos como los de la pájara de Indurain y probando comida local y coreana, mire usted.

Para terminar vuelves a New York, el sitio, con diferencia, que menos has conocido de todo el periplo. Como la primera vez, te sigue dando la sensación de que ya has estado allí. La televisión es lo que tiene. Y de vuelta a casa. Acabando este blog desde donde lo empecé, desde la cama. Pero más tranquilo, echando de menos algo que hace seis semanas era totalmente desconocido. Cosas buenas y cosas malas, pero un punto de vista diferente, que nunca viene mal. Combatiendo el jet lag con la certeza de que cada viaje, además de permitirte conocer otros lugares, hace que te conozcas más a ti mismo y de dónde vienes. Aprendes tantas cosas que cada vez te sientes más ignorante. Por lo pronto sienta bien volver a casa, aunque sea para preparar la próxima escapada. Esta ha sido mi historia. Gracias por la atención. Fue un placer, como siempre. Final de trayecto.








martes, 13 de diciembre de 2011

La penúltima, que nos vamos

Sé que tengo el blog un poco abandonado, pero patear por la Gran Manzana cansa un rato. Y después toca hora y media de tren hasta Mine Hill (New Jersey), donde Jorge y familia me han vuelto a dar asilo, por lo que nunca estaré lo suficientemente agradecido. Con todo, espero que comprendáis que cuando cojo la cama por banda no tenga mucho ánimo para darle a la tecla. Es lo que hay.

Esto va tocando a su fin. El viaje, quiero decir. Al blog estoy meditando perdonarle la vida, así que a lo peor sigo con él cuando acabe la ruta. Ya se verá. Al final haré como los buenos borrachos de barra, que siempre piden la penúltima, por si acaso.

Parece que hace meses que llegué y ya estoy volviendo, casi. Por otro lado, estas últimas seis semanas se me han pasado volando. Será el cambiar tanto de zona horaria, que me ha trastocado el disco duro. Se acerca la hora de hacer balance de todo lo visto, oído y vivido aquí, en los States. Pero eso será otro día, no tardando mucho. Qué remedio.

Si mañana mismo volviese a empezar el viaje seguro que no lo haría igual. Puede que tomase otras decisiones, visitaría otros lugares, cargaría con menos cosas... Aún así, no cambiaría nada del que ahora acaba. Me lo he pasado teta (de novicia, por supuesto, como dice uno que yo me sé), así que... He hecho totalmente lo que me ha dado la gana, es lo que tiene salir de paseo uno solo. Si ahora me pusiese a lamentarme de algo o a reprocharme cosas a mi mismo, una de dos: todo esto no me ha servido de nada (que no es el caso) o me he vuelto gilipollas (que tampoco), con perdón.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Old Hearted Guy

Uno llena la mochila y se viene a la conquista del yankee en busca del blues y, al final, es el blues el que acaba encontrándolo a uno. Pensándolo bien, así es la vida misma, señora. Pásese la vida buscando la manera de que todo le cuadre según sus deseos que el destino, o lo que sea, ya se encargará de hacer lo que le dé la gana con sus planes. Así, sin preguntar ni nada, el muy cabrito. Lo reconfortante del asunto es que, a veces, se levanta generoso y te planta un concierto de blues en los morros mientras caminas por las calles de San Francisco.

La Frisco de Kerouac, hogar de la generación beat y de la librería City Lights, en la que te invitan a sentarte en sus sillas de madera a disfrutar de la lectura. Por la cara. A veces, como iba diciendo, le da una vuelta de tuerca y la banda está tocando en uno de los locales más antiguos de la ciudad, The Saloon, que tiró su primera caña (o lo que se tirara entonces) allá por 1861. Al principio de la barra se encuentra Charlie, acodado como solo lo hacen los clientes habituales. Cincuentón, canoso, chupa de cuero y cara de haber vivido (y bebido) en sitios más oscuros. Me cuesta entenderle, lleva un rato dándole al alpiste y se le lengua la traba. A pesar del volumen de la música charlamos un rato.

Buen comienzo, sabe que Ibiza es una isla. Hace años estuvo en Barcelona y Valencia, con su mujer de entonces, me cuenta. Yo le explico mi viaje, así por encima, y se sorprende de todo lo que he recorrido en tren. Le entusiasma el hecho de que haya cruzado su país así. Dice que le gente ya no viaja en tren, pero que a él le encanta.

Según Charlie soy un "old hearted guy", algo así como un tío con unos gustos un poco anticuados, pero dicho de una manera mucho más poética. Me lo tomo como un cumplido, y debe serlo porque, inmediatamente después, me pregunta si puede invitarme a un trago para celebrarlo. El bueno de Charlie es tan educado que no sabe que hay ciertas cosas para las que no es necesario pedir permiso.

Apuramos las bebidas y me voy. Dejo a Charlie en la puerta del Saloon, echándose un pitillo y, estoy seguro, recordando aquel viaje en tren que hizo hace años por la costa española. O a la mujer que le acompañaba. La vida, ya sabéis.


viernes, 2 de diciembre de 2011

Cuando menos es más

¿Qué pasa si te cobran 100 dólares por la entrada y luego B.B. King toca una hora escasa? Primero, puede que pienses que el hombre está mayor (86 palos nada menos) y ya ha chupado demasiada carretera, que es un lujo que lo siga haciendo y que el hecho de que tengas la oportunidad de estar presente en una de sus actuaciones es la pera con orejas por sí mismo. No deja de ser uno de los últimos exponentes de la edad de oro del blues y la calidad musical, simplemente, no se puede negar. No se llega a ser B.B. King así como así. Eso está claro.

Pero cuando al rato le levantan de la silla en la que ha estado tocando, que tenías a tiro de piedra después de defender tu posición en el abarrotado local con un par de miradas de pisco-killer, te quedas con ganas de más. De mucho más. Y la idea de estar pagando la pensión de un jubilado en lugar de un concierto empieza a rondarte la sesera.

Entonces decides amortizar la entrada de alguna manera antes de que el Belly Up eche el cierre, para lo que tampoco falta mucho. Un par de cervezas y empiezas a conocer gente. Óscar, que trabaja en el baño ofreciendo papel para secarte las manos y cigarrillos por la voluntad. Me cuenta, al enterarse de que soy español, de que estuvo en sendas actuaciones de Aviador Dro y Mikel Erentxu, ambas en Tijuana. Un tipo con un gusto musical de lo más variado, el tal Óscar.

Al salir me topo con Ryan, que ha estado haciendo fotos del concierto para la página web de un medio de comunicación de San Diego. Me comenta que tiene una empresa con su mujer y que están importando no sé qué artilugio electrónico de Bulgaria. En estas estamos hasta que aparece Omar, me coge del brazo y me arrastra hasta la barra. Allí estaban el pianista y la sección de vientos de la banda de B.B King casi al completo. Después de brindar y hacernos varias fotos con ellos, conocí a un hombre que había estado viviendo en España, cuando lo de Kobi y tal. Del nombre no me acuerdo, pero acabó regalándome una placa, de esas que imitan a las matrículas, del merchandising de B.B.
Le traje buenos recuerdos, supongo.

Conduciendo de camino a casa en la radio pincharon Susie Q, de los Rolling Stones. Cuanto peor la cantábamos, más nos reíamos; y me di cuenta de que no se pueden comprar los buenos momentos. No se pueden comprar entradas para una noche así.

lunes, 28 de noviembre de 2011

El encanto de otro día a día

Me veo inmerso en días de aparente tranquilidad. La misma que otorga dormir en una cama grande y cómoda todas las noches, que te lleven de paseo por donde quieras y tener una cerveza fría en la nevera siempre disponible. Nunca está de más pasar unos días sintiéndose como en casa.

Esta privilegiada situación me está permitiendo conocer, de primera mano, la vida diaria de cualquier hijo de vecino aquí en los States. Aquello que nos resulta totalmente insustancial cuando nos absorbe la rutina y que, precisamente cuando te alejas de ella, descubres que es lo que consigue que nos sintamos identificados con un lugar, unas personas...

Siento que la ciudad forma un poco más parte de mi (y viceversa) ahora que sé lo que significa el rótulo de "Click it or ticket" de las pantallas de la autopista, por ejemplo. Desde que me he cortado el pelo en una Barber Shop o desde que me he tragado entero un partido de los San Diego Chargers, llegando a entender lo suficiente el fútbol americano como para acordarme de la santa madre de alguno tras la derrota de "mi" equipo a cargo de los Broncos de Denver.

Pasar la tarde viendo películas en casa echando al gaznate un zumo de arándanos, visitar los campamentos de caravanas del tamaño de autobuses, que Omar me descubra que los reflectantes de color azul en la carretera son para señalizar las bocas de riego, cenar unos burritos, salir a correr por el parque natural (con salina incluida) que une la ciudad con Coronado Island...

Esas pequeñas cosas a las que, si viviese aquí habitualmente, no daría la menor importancia, son a las que ahora encuentro el encanto. La cercanía de la normalidad. Es lo que tiene.

P.D: También me interesa aquello que se salga un poco de lo común. Como el concierto de B.B King del miércoles para el que ya he comprado las entradas, por ejemplo.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Happy Turducken

Turducken: dícese de aquel pato deshuesado que, después de ser metido dentro de un pollo (también deshuesado), se introduce a su vez dentro de un pavo; deshuesado, claro. 6 o 7 horas de horno y a dar las gracias.

Con este plato, rico rico y con fundamento por cierto, me han dado la bienvenida en San Diego (California). Y es que he llegado justo para celebrar Thanksgiving (Acción de Gracias), algo muy de por aquí. Esta es la versión 2.0 del tradicional pavo al horno que vemos en la tele. Sí, ese de "Johnny, haz los honores y trincha tú el pavo". Pues eso.

En definitiva, una cena muy agradable (¿se sigue considerando cena aunque sean las cinco de la tarde?), partido de fútbol americano en la tele y una de esas cocinas americanas en las que cabría todo mi piso (guiño al gran Goyo Jiménez).

Aún así, lo más surrealista del asunto empezó ayer noche, mientras deshuesábamos los "pajarracos" al ritmo de la música de Joaquín Sabina. Al estilo de Reservoir Dogs, pero más castizo y cuchillo en mano. Viendo el destrozo de anoche, el resultado final ha sido mucho más que aceptable.

Hala, Happy Thanksgiving.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Persiguiendo al Sol

El primer atardecer, en este viaje de dos días a través del sur del país, me ha pillado cruzando del estado de Louisiana al de Texas, que es inmenso. Hasta el ocaso del día siguiente no hemos pasado por otro estado, atravesando el desierto y bordeando la frontera entre Estados Unidos y México.

Asomado a la ventana, la vegetación más espesa, y como enredada en sí misma, de los ríos, lagos y humedales de Louisiana ha ido perdiendo color y altura a medida que nos adentrábamos en Texas. Las zarzas han dejado paso a pequeños matorrales, escobas y cactus cada vez más separados entre ellos, sin llegar a cubrir la tierra clara, seca y polvorienta del desierto.

Tengo que admitir que estos estadounidenses saben organizar estas cosas. Servicio de bar y restaurante (en el restaurante se puede comer medio decente), vagón con grandes ventanales, incluso en la curvatura que une la pared con el techo, para disfrutar del paisaje en condiciones, explicaciones de lo que se ve por la ventana a cargo del revisor por los altavoces... Asimismo, varios miembros del personal encargado de un parque natural por el que hemos pasado, han subido a bordo durante un par de horas para ofrecer explicaciones y folletos al respecto. Poca cosa aquí recuerda a mis viajes con Renfe. Aunque ya sabíamos de antemano el sentido del show que tienen, aquí mis primos.

Como un reloj, salimos de El Paso (última parada en Texas) cuando el sol ya cae tras la ondulada línea del horizonte. Es una luz anaranjada que gana en intensidad con cada minuto que pasa. Como si se negase a que la oscuridad lo inunde todo de nuevo, la franja de luz horizontal se instala, de una forma que parece que es para el resto de la eternidad, tras las montañas del oeste, incendiándolas. Al fin, la noche consigue echar la capota, y no son ni las seis de la tarde.

Mañana amaneceré en California...