Llegas a Memphis y te das cuenta de que hay otros sitios en los que la herencia del lugar se puede degradar en favor de la pasta, la que te echas al bolsillo (la que se echan), no el farfalle de los cojones. Y te preguntas por qué no te habrás quedado en Chicago, aunque ya estaba nevando por ahí arriba. En lugar de arrepentirte, no tiene ningún sentido a estas alturas, sigues tirando para el sur, hasta New Orleans. De perdidos al río. El Mississippi, gracias.
Posiblemente en la única ciudad del país en la que parece que no estás en Estados Unidos. Sigues encontrando blues, si no lo encuentras aquí ya me dirás dónde. No hay otro país que pinche blues hasta en los establecimientos de comida rápida. Creo. Mucha música en directo, en la calle, en cada garito, cada noche. ¿Qué más quieres? La mejor música siempre surge de los que están más jodidos. El blues, que es el padre del rock y el abuelo del punk, del hip hop y de todo lo que venga luego, no vino de otro sitio que de los negros que regaban con su sudor los campos del sur de los States. Por muy mal que te vaya ahora, mileurismo y esas cosas, me da que no vas a reinventar la música contemporánea, majo.
El almanaque no cambia de hoja y decides encontrarte con la siguiente en el Far West. Lejos está un rato, dos días en tren. Los costes de ser un Old Hearted Guy, según te cuentan en San Francisco. Los atardeceres desde el tren merecen la pena. Quizás, inconscientemente, los ves más amplios que en cualquier otro lado. Piensas que el país es grande de cojones y, proporcionalmente, el horizonte se alarga. A lo mejor es tu cabeza y la línea que separa la tierra del cielo es igual en todas parte. Pero no, esto es diferente. Cruzas desiertos, ríos, cañones y te parece ver a Lucky Luke antes de llegar a California. Playita, birra y comida mejicana para desayunar. Sin darte cuenta B.B. King toca a veinte minutos de casa. Puede que te toque en España, impossible is nothing, que dirían en Adidas, pero lo dudo macho, o hembra. Te pasas un finde en San Francisco, pateando repechos como los de la pájara de Indurain y probando comida local y coreana, mire usted.
Para terminar vuelves a New York, el sitio, con diferencia, que menos has conocido de todo el periplo. Como la primera vez, te sigue dando la sensación de que ya has estado allí. La televisión es lo que tiene. Y de vuelta a casa. Acabando este blog desde donde lo empecé, desde la cama. Pero más tranquilo, echando de menos algo que hace seis semanas era totalmente desconocido. Cosas buenas y cosas malas, pero un punto de vista diferente, que nunca viene mal. Combatiendo el jet lag con la certeza de que cada viaje, además de permitirte conocer otros lugares, hace que te conozcas más a ti mismo y de dónde vienes. Aprendes tantas cosas que cada vez te sientes más ignorante. Por lo pronto sienta bien volver a casa, aunque sea para preparar la próxima escapada. Esta ha sido mi historia. Gracias por la atención. Fue un placer, como siempre. Final de trayecto.